La insensibilidad y la nieve polaca

Me hallaba en Varsovia cuando conocí por primera vez la nieve. Nunca antes en mi vida había visto nevar sobre mi cabeza. Solo conocía la nieve por fotos, por paisajes en la sierra y por la escarcha que salía del refrigerador. Pero así la nieve que uno imagina estando en una ciudad tal como sueño de Navidad, pues nunca de los nuncas.

Como así tampoco nunca de los nuncas había sentido el dolor de haber perdido a quien se suponía iba a amar para toda la vida. Fue por aquel entonces cuando la tristeza me dio un abrigo natural para cuidarme del penetrante invierno polaco. Hablo de la insensibilidad a las bajas temperaturas.

Mientras caminaba en lo que era el gueto de Varsovia, hacía memoria de un programa que vi en Discovery Channel. Se trataba de un experimento que sometía a las víctimas a leves dolores físicos para medir su resistencia según su estabilidad emocional. Curiosamente las personas que eran insultadas y maltratadas psicológicamente eran las que más dolor podían aguantar.

«Menuda suerte la que tengo entonces», me dije mientras veía asombrado cómo continuaba en la calle mientras el termostato marcada -15 grados celsius. Traté de sonreír un poco y seguí mi camino en una ciudad reconstruida prácticamente en su totalidad.

Ahora me encuentro en Lima y aquí ya no hay nieve, pero aún esa insensibilidad continúa en mí. Me sorprende ver cómo la gente se queja del frío cuando la temperatura me parece indiferente. Esto ha sido tan intrigante que hace varias semanas escribí un cuento inspirado en este extraño fenómeno que ocurre en mi cuerpo.

En ningún momento este programa de Discovery Channel decía que el efecto era para siempre. ¡Cómo no advierten de esas cosas! Quizá sea aún estoy condicionado. Para qué echarles la culpa a los buenos productores y científicos del canal de ciencias.

Quizá sea yo mismo la fuente de tamaña insensibilidad. Quisiera pensar que es un instinto de supervivencia salvaje… Algo heredado de los primeros humanos tenían que vérselas por sí solos mientras el mundo se hacía mierda.

Imagino eso es todo… Porque de lo contrario, esta extraña insensibilidad tendría su origen al sentir que mi dedo anular no lleva el anillo que alguna vez le prometí.